La fábula de las alondras que caen rostizadas del cielo

“Tomará sin pedir y eso no será el robo, empleará sus facultades y su actividad y eso no será el trabajo.” Elisée Reclus.

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Les Habitants de la Lune. Traducido del francés por Gregoriux

Cuando palidece el día y cede suavemente su lugar a la noche, un grupo de seres humanos se reúne alrededor de un sabio sentado bajo un viejo castaño. Una vez por año, el sin edad, como todo el mundo le llama aquí, evoca los tiempos en los que los hombres no vivían aún, donde no formaban un gran Nosotros como ahora, pero donde reinaba ese improbable contrario, la explotación del hombre por el hombre. El sabio intenta una vez más restituir el contexto, pero como cada vez, este concepto de guerra de todos contra todos difícilmente pasa la rampa. ¿Y cómo podría ser de otro modo? Las diferentes generaciones de humanos que tiene delante se han reunido desde su más tierna infancia en una sola comunidad humana compuesta de miríadas de hogares que viven y producen los unos para los otros, cada uno según sus capacidades, cada uno según sus necesidades.

«El comunismo ha conocido un paréntesis con las sociedades de clases» insiste el viejo sabio, «desde entonces nosotros hemos corregido la historia, pero debéis aceptar el pasado, aunque haya sido muy penoso para nuestros hermanos» Sí, eso, el paréntesis en el tiempo, podían entenderlo. Pero, que esa disolución de las primeras comunidades por el intercambio haya podido conducir a la economía capitalista y a los hombres que alquilan sus brazos por un salario, al crecimiento del PIB como medida de éxito, a los medidores eléctricos, a la venta de órganos, a la mujer objeto y al Viagra, a las armas concebidas por los niños y al Facebook, a lo nuclear y a los reality shows, a los militares y a los sindicalistas, a los tiras/los maderos… eso, no, definitivamente, eso era difícilmente comprensible para ellos. Entendían lo que el sin edad les contaba pero, ellos que ya vivían en completa armonía con su especie y el conjunto del Universo, simple y sencillamente no lograban percibir lo habían podido ser el dinero, el trabajo y la guerra.

«En ese infierno» continuo el sin edad, «los hombres domesticados eran regularmente llamados por sus amos a elegir a aquellos que irían a ocupar los lugares más altos en su sociedad, llamaban aquello las elecciones. Ese era uno de los mecanismos de su domesticación. Votad por Juan de las pitas, votad por derecha, votad por izquierda, votad extrema, ¡lo más importante es votar! En esa época los papelitos multicolores interpelaban a la chalana en todos los rincones de la calle, para contarles de la sinceridad, el espíritu, la lealtad de cualquier candidato. Reunidos en rebaño, el ganado electoral comentaba, atónito, la fuerza de uno, la sutileza de la cosa, el desahogo / la diatriba del chisme. El votante –así es como nuestros hermanos de la época llamaban a los miembros del ganado electoral—sopesaba el valor de las promesas de cada candidato, concediéndose así un poco de ilusión para su monótona vida. La felicidad, la disminución de impuestos, la libertad, como quimeras en las cuales él no creía más, sin duda, pero que, sin embargo, continuaban haciéndolo soñar. El rebaño electoral se precipitaba a la cita que los convocaban los aprendices de pastores. Llenaba los salones y escuchaba religiosamente al orador-candidato que, como haría un carnicero, cortaba rebanadas de felicidad y suministraba paquetitos de reformas. Cada uno/a en el auditorio quería su dosis de ilusiones. «Las alondras caerán del cielo ya asadas en tu plato; tu cuchitril devendrá un palacio; tú serás arrendador a los treinta años» afirmó el candidato, y el rebaño electoral para animarse «¡Oh que bien habla!, estas mentiras que él nos cuenta, pero que bien nos hace creer, aunque más no sea por un instante, que son verdades.»

El sin edad continúa «A veces, llegaba algún otro candidato que interrumpía al primero afirmando:- «eso no es exacto, las alondras caerán completamente hervidas.» Y el rebaño, atento y apasionado por ese cautivante debate se preguntaba, inquieto: «¿Asadas o hervidas?» ¿Cómo estarían, pues, preparadas esas alondras que, de cualquier modo, él no comería jamás?

También pasaba que justo en medio de la conversación una voz interrumpe brutalmente a los presentadores: -«¡las alondras no caerán ni asadas ni hervidas imbécil! Y si eso debía de ocurrir sería a causa de tu infinita estupidez y tu sumisión inconmensurable, y ellas aterrizarían no en tu plato sino en el de los candidatos.»

Entonces aparecieron, los gritos, las vociferaciones :-«¡a muerte!, matémoslo!, ¡cacémoslo! Agente de la reacción!, anarquista!, comunista!». El que había dicho la verdad estaba rodeado, jaloneado, los puños sobre su cabeza, escupitajos en la cara, arrojado hacia fuera. Después, tranquilamente el prometedor recomenzó a detallar la felicidad y a ofrecer el paraíso. Y el rebaño electoral retomaba el hilo de su soñar despierto, su reserva del delicioso néctar de la esperanza, hasta la siguiente vez, hasta la próxima mascarada electoral.»

«He aquí como vivían los hombres antes de nosotros», termina el sabio, «he aquí lo que ellos creían». Entre los asistentes que rodeaban al sin edad un rumor se fue extendiendo, luego una persona se levanta «¿pero sería posible que los mecanismos de embrutecimiento que tú nos has descrito a menudo hallan llegado hasta convencer a esos esclavos de que ellos escaparían al esclavismo eligiendo a su propio amo?»

El sin-edad: -«En aquella época no se pedía a los hombres que vivieran, se les imponía fingir. Algunos de entre ellos sabían muy bien que, si las elecciones hubieran podido cambiar el mundo habrían sido prohibidas hacía mucho tiempo. Otros, por costumbre, por cansancio, por sumisión, persistían en fingir que creían en la posibilidad de un cambio por la elección del buen amo, y otros, aún, estaban convencidos de que cambiar de amo habría transformado sus vidas. Pero tú conoces lo que sigue», continúa el sin-edad, «la historia no se detuvo ahí, lo que quedaba de humano en la tierra no podía contentarse eternamente con esas quimeras para vivir. Las promesas electorales no llenan a los estómagos que claman por hambre. Y cuando la crisis de septiembre de 2008 vino a aumentar, todavía más, la presión sobre las condiciones de vida de estos hombres explotados, los ‘proletarios’, ellos despertaron de su letargo y decidieron tomar en sus manos su destino y suprimir el origen de todas sus desgracias: el capitalismo».

Otro humano se levanta: -«pero antes de que la Revolución social aniquilara la explotación ¿no nos explicaste que había seres humanos, quiero decir, hombres como nosotros que lucharon para poner fin a ese mundo abominable?»

-«Por supuesto que sí, nosotros no hemos nacido de la nada».

-«Y ¿qué hacían durante lo que llamas la farsa electoral?»

– «Hacían todo lo que podían, denunciaban las elecciones como un momento de sumisión a la esclavitud salarial, llamaban a luchar juntos para abolir ese infierno, buscaban crear una relación de fuerza, ahí donde fuese posible, uniéndose a otros proletarios para imponer definitivamente las necesidades de la Humanidad contra aquellas de la dictadura de la economía, del lucro, del capitalismo. Era el comienzo de la comunidad…»

-¡Afortunadamente para nosotros y para el planeta, ellos terminaron por ganar su lucha y hacer nuestra revolución!

-«Afortunadamente, mis hijos».

La luna inundaba con su luz la llanura en la que entonces se dispersaba la comunidad que, alegres continuaban discutiendo apasionadamente sobre el ganado electoral. El sin-edad se apoyó contra el viejo roble y llenándosele los ojos de estrellas comenzó a entonar suavemente una vieja canción: «Lo siento pastora, no me gustan las ovejas, llegan todas retorcidas y ya dicen sí, se las reencuentra cortadas y vuelven a deciros sí, se balancea como pendiente en la carnicería y una vez más, sí.»

2 de junio de 2009                                                                  No derechos reservados, utiliza

 

Proletario

He aquí tu boleta de voto

(Aquí debe insertarse la figura de un adoquín, o un ladrillo, o un pedrusco)

 

Mételo en la boca de tu patrón, él entenderá. Pégale en la boca a tu representante sindical, por todas sus transas. Mételo en la jeta de los políticos y estarás fuera de sus promesas. Mételo en la jeta de tu banquero como saldo de toda cuenta. Mételo en la jeta del policía, del sacerdote, del militar, del periodista, de todos los reformistas.

Si rompemos esta sociedad es para vivir, finalmente, en un mundo sin dinero ni Estado, sin explotación ni clases sociales,… un mundo donde la satisfacción de todas las necesidades humanas habrá reemplazado a la dictadura de la ganancia.

 

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