Aurora Molina, la serenidad del anarquismo español

 

Muere en Asturias la hija de Juanel y Lola Iturbe

 

fallece-6Por Aurora de Burgos

 

Aurora Molina tenía los ojos grandes, tranquilos, y hablaba con la serenidad que sólo da una infancia feliz. Hija de los anarquistas Juan Manuel Molina, Juanel, y Lola Iturbe, Kiralina, ella tuvo la suerte de crecer en un islote de justicia y sabiduría, cuando a su alrededor imperaba la ignorancia y el fanatismo: mientras la mayor parte de las niñas de su generación se educaban en colegios de monjas o no podían ni siquiera acudir a la escuela porque debían trabajar, ella estudió en Natura, de Barcelona, una de las escuelas libres que los anarquistas españoles crearon siguiendo el modelo de la Escuela Moderna de Ferrer y Guardia. Educación mixta, que buscaba el libre compromiso del pequeño con el conocimiento, que rehuía la autoridad y se apoyaba en el mutuo respeto, porque si a algo daban importancia aquellos anarquistas (que hoy nos pintan cargados de bombas) era a la educación, imprescindible para poder crear un mundo nuevo. Aurora Molina había formado parte de ese amanecer de la Humanidad que luchó y perdió contra el franquismo, y expresaba en cada uno de sus gestos y miradas el fulgor de aquella época: lo que se obtiene en la infancia no se pierde, y pese a la enormidad de la derrota (porque los anarquistas españoles no sólo perdieron la guerra, además fueron borrados de la memoria común) esa alegre serenidad adquirida durante sus primeros años de vida nunca la abandonó.

Su madre, Lola, entró en contacto con el movimiento anarquista barcelonés en la adolescencia. Era hija de Micaela Iturbe, que empezó a trabajar como criada siendo una niña, con tan sólo 8 años, y era tan pequeña que tenían que subirla a una silla para que pudiera fregar los platos. Micaela se quedó embarazada soltera y joven, y su padre la echó de casa. Podía haber seguido el sendero de las cientos de criadas seducidas o violadas en las casas en las que trabajaban y que acababan nutriendo los prostíbulos de la gran ciudad, pero era una mujer de gran voluntad, y consiguió enderezar su destino. Llegó a Barcelona embarazada, y tras dar a luz logró un trabajo de criada en una casa. A su hija la envió a Alicante, para que la criaran unos payeses. Amargada por la separación de su niña, un día confesó su pena a los burgueses para los que trabajaba, que accedieron a traer a Lola a la ciudad y a darle una educación. Tras el reencuentro de ambas, Lola vivió con Micaela, que tiempo después montó una pensión en la que solían refugiarse luchadores anarquistas, en aquellos años de persecuciones. Lola, inteligente, sensible y con un natural rechazo a la injusticia, pronto se unió a su causa. Junto a su compañero Juanel, integrante de la Federación Anarquista Ibérica, Lola (a la que se parecía enormemente su hija Aurora) fue una de las fundadoras del movimiento Mujeres Libres y trabajó por la causa libertaria escribiendo en la revista Tierra y Libertad, con el pseudónimo de “Kiralina”. Estallada la guerra, Juanel y Kiralina participaron activamente en el movimiento de resistencia al franquismo, ella en el frente de Aragón, desde donde mandaba crónicas sobre los sucesos bélicos. Aurora recordaba, en el imprescindible documental “Vivir la utopía”, cómo aquellos idealistas autodidactas habían vivido en un mundo aparte, convencidos de la justicia de su causa y de la cercanía de sus objetivos. Y lo terrible de la derrota y el destierro. Ya exiliados en Francia, los sufrimientos continuaron: Juanel y Kiralina se integraron en la resistencia contra el nazismo, una dolorosa lucha que sumar a las que ya habían librado durante sus vidas. En Francia, Aurora unió su vida al anarquista asturiano Ramón Álvarez Palomo, destacado dirigente de la CNT asturiana. Con él tuvo cuatro hijos. Ya en la madurez, vivieron los dolorosos años que culminaron con la escisión del anarcosindicalismo español, y se alinearon con la corriente que acabó siendo el sindicato CGT. Tras la muerte de Franco la familia volvió a Asturias y se instaló en Gijón, donde Lola murió en 1990, y Álvarez Palomo, Ramonín, en 2003. Ahora nos ha dejado Aurora, una de las últimos testigos de aquellos años de esperanza.

 

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